El juego es un fenómeno observable en todas las culturas a través del tiempo, que si bien va sufriendo transformaciones en su estructura, conserva siempre su esencia: el divertir.
El juego surge de manera espontánea, pero no impulsiva. Responde siempre a una búsqueda, a un sentido. Ese sentido es, en ocasiones, más evidente (romper el aburrimiento); y en otras, más profundo (resignificar una situación que me asusta, me entristece o preocupa).
Para un niño o una niña, jugar es mucho más que un pasatiempo, porque el juego facilitará su desarrollo cognitivo y emocional. A través del juego experimentan y conocen el mundo, aprenden a relacionarse con otros, establecen, acuerdan y acatan reglas. Jugando con otros aprendemos incluso a tolerar la frustración y a resolver conflictos.
En este marco, los juguetes, se convierten en un medio, una herramienta para acercarnos a ese juego. Los juguetes serán puente para los aprendizajes que acarrea el jugar. Esto implica entonces que juguete no es sólo el que se compra, sino todo aquel objeto elegido (y hasta construido) por el niño y quienes lo acompañen a jugar.
Y, sí, son hermosos todos esos juguetes con luces, colores y movimiento… también lo son aquellos sin pilas y hechos a mano en madera o tela… y también lo es esa caja pintada para ser nave espacial o ese títere de cartón o ese taper que se convierte en barco en la pileta.
El objeto pierde protagonismo cuando los que lo “juegan” sólo quieren divertirse y compartir.